La conspiración : la «verdadera» historia de Europa y las croquetas

Este artículo fue publicado orignalmente el 22 de Enero de 2015 en el Nuevo Federalista (aqui)

Estimado Lector, el pasado 28 de diciembre desde Ya semos europeos ¡UE! le hice partícipe de un gran descubrimiento, la conspiración que había dominado la historia europea en los dos últimos siglos ¡Las croquetas! Habían sido protagonistas de la historia europea y usted sin saberlo…

Pero aquí estamos para remediarlo y permítame que comience mi relato en el lejano 1789, en la Francia borbónica (la de los Borbones,  la del Bourbon era otra cosa), reinaba un tal Luis XVI, de manera no especialmente brillante y poco original (cuando 15 antepasados tuyos se han llamado Luis ¿qué esperas?), la economía no estaba boyante y las cosechas iban de mal en peor. Para colmo, la nobleza en su parra, tal es así que  según los rumores, su señora esposa, la Reina Maria Antonieta, al enterarse que la gente no tenía pan para comer dijo “que coman brioche”… y por lo bajini añadió “y que coman croquetas”. Pero por aquel entonces, estas eran un manjar reservado a unos pocos, lo que aumentó el descontento, ya se sabe, malo pasar hambre y encima si es con recochineo….

El cabreo fue en aumento y un buen día, un 14 de julio, un incauto oficial se dejo el tupper con croquetas en el  trabajo (la Bastilla-prisión se llamaba la oficina) corrió el rumor entre el pueblo de París que había unas croquetas en el fuerte y allí que fueron a asaltarlo (la versión oficial dice que fueron a por armas, munición y liberar unos prisioneros).

La cosa no dejó de degenerar, cual croquetilla al aire en un día soleado y en breve, el Rey estuvo sin trabajo y sin cabeza poco revolucióndespués, a lo que le siguió un baile de las sillas entre los jefes de la revolución, donde abundaron las recetas de cómo gobernar y de cómo preparar las croquetas (la “época del terror” lo llamaron, no por la cantidad de ejecuciones, sino por lo duras que estaban las jo… croquetas de la época) y así continuó  hasta que llegó un corso cuyo destino también estuvo marcado por el mencionado manjar.

Napoleón Bonaparte nacido en Córcega y apodado de pequeño (y de mayor, que alto no era mucho que digamos) como “el croqueta” por sus compadres corsos. Este mote le repateaba profundamente tanto que, de sentirse más corso que todos los demás corsos juntos, decidió sentirse francés (“que las croquetas tienen grandeur  y elegancia” dicen que dijo). Así que el  amigo Napoleón acabo en Paris, repartiendo estopa y revolución por la ciudad y como era bueno en eso, un rato largo, pues fue ascendiendo. Por muy dedicado que estuviera al trabajo, eso no le impidió enamorase, además de si mismo, de una mujer mayor que él, Josefina, por la cual profesaba un amor incondicional, surgido de las croquetas que esta le preparaba (“como las de su mamá”, efectivamente hasta los más grandes tienen debilidades)

Pero su celo por expandir la revolución era una tapadera, el código civil napoleónico escondía al final del mismo un anexo  un recetario de cocina! Y en él, su artículo más valioso era la receta de las croquetas. Este era el arma secreta de Napoleón, venía con toda la intención de extender la dominación croquetera francesa por toda Europa (ver imagen para más señas).

nap y croNo obstante, sus planes chocaron con los irreductibles españoles, quienes ya disponían de su propia receta y buenos somos para esas cosas, “¡a mi no me toques las croquetas! “ fue el grito del 2 de Mayo, lo de defender al Rey Fernando VII (un rey empanado) fue un adorno posterior. Al mismo tiempo, por Europa, aprovecharon el error de Napoleón de irse a comer croquetas a Moscú para ponerlo en su sitio, batalla arriba y abajo, primero en la Isla de Elba, aunque no por mucho tiempo. Napoleón volvió con ánimos y recetas renovadas, pero el asunto le duro 100 días, después de eso, la masa se le quedó incomible (en un lugar llamado Waterloo, cuentan las crónicas).

Con la caída de Napoleón se reunieron los poderes europeos de la época en Viena (por eso del escalope y que invitaba un tal Metternich, que era de allí) donde acabarían compartiendo recetas y repartiéndose el pastel (del postre).

La cosa estuvo algo inestable durante las siguientes décadas, pero sería en los años 1860 que Europa volvió a moverse, los Prusianos, unos tipos un poco agriados por no comer muchas croquetas, decidieron que todos sus primos comían mejor y era hora de unirlos…

Pero eso es otra historia…(continuará)

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